jueves, septiembre 27, 2007

A kind of pale jewel

Lo supe. Gimnasio, calor, sudores varios. Ambiente de sauna cuasi sacral, templo de los que no llegarán al olimpo, pero sí que se esfuerzan. En un mini recreo entre repeticiones, lo vi. La verdad revelada. No era el azul de la remera, ni el de los ojos. Eran las cejas, era su expresión "rara, como encendida", fatal y compungida. Entre la aflicción y el goce de saber que ese ceño fruncido hace de la pena una perversa sensualidad. Sé que él lo sabía. Sabía que yo lo sabía; que en ese mismo instante, lo supe. Mi talón de Aquiles. Las cejas con vida propia. Esas que anuncian el viaje hacia otros estados más allá de lo aprehensible, acompañando la mirada que se pierde en el horizonte. Basta ver el extremo exterior de una ceja levantándose, y los extremos interiores del par en su conjunto, contrayéndose en el ceño, para hacerme perder la razón. Es ahí no más, cuando muero por ese hombre. Porque le temo. Porque si me preguntan por un par de cejas, solamente puedo recordar aquellas que catapultaron definitivamente mi tempranísima atracción -alrededor de los cuatro años- hacia "los malos de la película": Jareth, the Goblin King.
Al chico del ceño lujurioso, a David Bowie, y a todo aquel que sepa hacer buen uso de sus cejas: os celebro. Buenas noches.

domingo, septiembre 23, 2007

Madrugada

Considerablemente cruel es que decida quedarme un sábado a la noche en casa, estudiando. Suficientemente cruel es que, a las 4 a.m., después de un extenso intento fallido de estudio, me disponga finalmente a abandonar la farsa e ir a dormir. Terriblemente cruel es que, al buscar conciliar el sueño mirando un poco de tele, a algún maldito programador de canal de cable se le ocurra pasar Frankie y Johnny. No. Señor, no. La chica se quedo en casa, un sábado a la noche, estudiando. Entienda usted que NO es una película que se deba broadcastear en esta clase de madrugadas. Es ahí cuando, ingenua, creyéndome muy felizmente completa hasta el momento, decido entregarme a la condena infinita y caigo. Vuelvo a ver aquellas escenas por enésima vez y -pese al esfuerzo hecho por dormirme un poco más temprano que un sábado cualquiera- termino cerrando los ojos a las seis de la mañana, incapaz de conciliar el sueño, por no poder dejar de pensar en ese beso con el camión de la florería de fondo. Sábado, perdido; remate de domingo a la madrugada, fatal. Mientras tanto, seguiré entrenando mis manos en el arduo oficio de la apertura de frascos. Nunca se sabe. Buenas noches.

viernes, septiembre 21, 2007

Printemps

Hibernar. Mi primavera hibernada. Una siesta de ciento ochenta minutos. Aflorar. Ya no llueve, ya no doy más. No doy más del sueño que arrastro hace días. No doy más de ver y no ver, de ver y que no me vean. El aparecido, sí. Otra vez. No consigo poner pie en los campos visuales y soy, una vez más, un poquito de nada que se queda sin lograr ser evocada en el recuerdo. Y porque a veces basta con un vistazo para estar presente, es que existe el miedo de levantar la mano.
Quiero una primavera romana. Chapotear en fuentes, hacer step en los escalones de la piazza di Spagna. Levantar la mano, y que me tiren al gigoló sobre la mesa. A la pizza. Tiernizado. Buenas noches.

martes, septiembre 18, 2007

La dame aux Camélias

El natalicio de la Garbo. Las películas con esas divas aterciopeladas tienen ese qué se yo. Cuando era más chica soñaba con interpretar alguna vez esos papeles, pero los melodramas ya no son lo que eran. No se trata de remakes, de resucitar un clásico sin fronteras. Hablo de reinterpretar esos papeles en tanto papeles de divas que interpretan heroínas clásicas. Ni que hablar si se trata de anti-heroínas como Marguerite Gautier, tan impura, conocedora de los caminos de la vida, mujer de -y con- calle, seduciendo inintencionadamente a un adonis, pleno del más bello y puro amor, encarnado por el inocentísimo Armand Duval. No voy a ahondar en la trama, archiconocida, ultrarevisitada. Solamente puedo decirles a aquellos que no la conocen aún, que no dejen de ver la versión de la Garbo en la piel de la incorruptible Marguerite (sí, incorruptible, porque si hay algo que el amor logra es redimir a la pobre diabla). Sus rasgos, duros, fríos. Aquella mujer evoca como nadie la pregunta acerca del por qué la gente llega tarde al amor. Por qué no es dado para algunos el vivir el amor en tiempo y forma, cuando este toca por fin a sus puertas.
Acá tienen la escena final. No es de aguafiestas -ya todos sabemos cómo termina- pero es que no puedo no compartirla. Y no me vengan ahora con eso de que Scarlett Johansson parece una diva de los años de oro, porque lo escandinavo de su apellido le queda grande. Garbo y Bergman se retuercen en la tumba.
Los dejo con Greta. Disfruten. Buenas noches.
P.D.: Otro post sobre divas, http://liviandad.blogspot.com/2006/06/waterloo-bridge.html

sábado, septiembre 15, 2007

Feel it on my finger tips


"Hear it on my window pane. Your love's coming down like... rain. "

Rain, Madonna.

Fue, volvió. Nunca nos dejará del todo. La lluvia es el mejor amante para los porteños. El amante que anuncia su arribo sutilmente, con esa humedad sólo perceptible para portadores de juanetes o cabellos finos, cuando empiezan a doler o a inflarse en proporciones descomunales, respectivamente. Basta con ello para saber que, tarde o temprano, nos sorprenderá al salir de algún lugar, sin protección. Salir sin paraguas, sin piloto. "Cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor". Lo mejor, sin duda, serán entonces las altas temperaturas que la acompañen, anunciando que ha venido para quedarse. Una convivencia intensa que se inscribirá en lo corpóreo, encriptada, definitiva. Serán los peores días de nuestras vidas, juraremos odiarla, no querer volver a verla. Pero siempre existirán esas noches de verano para la reconciliación -noches de calor, llenas de ansiedad- donde hastiados de tanta amenaza sin concreción, la vida nos encuentre nuevamente panza arriba, cual canes sedientos de amor, longing for her touch.

"El NO no es de verdad un NO, hasta que por fin se tiene la torta de chocolate en frente". Buenas tardes.

domingo, septiembre 09, 2007

Profundidad de pelopincho

Calor. Calor y humedad. Tropicalísima. Parrot jungle, rainforest. El domingo a la tarde invita a reclusión a todos aquellos que alguna vez fueron heridos de muerte al corazón. De no ser así, si resultara que por uno de esos locos atropellos del destino, el/la valiente en cuestión, osase atravesar el umbral del tibio (caldeado) refugio hogareño, el magnetismo de lo que -de aquí en adelante- denominaré "fuerzas del plan contranatura" malversaría aquel poquitísimo de fe que depositó en el intento de diversificar la recreación dominical. Fines pedagógicos ameritan el aporte enriquecedor de un ejemplo. Con el propósito de colorear con una cuota de actualidad el planteo, procederé a exponer una escena de la que fui testigo, involuntaria, pero atenta al fin. Veamos.
Café sito en Agüero y Las Heras. Mesas al exterior. El sol está rosado, por qué no sentarse al sol. Ella -bien parecida, largos cabellos de oscuro ébano, piel entre Blancanieves y Lindsay Lohann- después de observar el panorama, opta por una mesa para cuatro en la que sólo hay dos sillas. Toma asiento y saca un libro de su bolso de mano. Está contenta, deja traslucir esa placidez de la lectura al aire libre, al rayo de un suave sol de septiembre. No hay viento que despeine esas hojas, ni zumbidos molestos que hagan de la concentración una utopía. Lisa y llanamente, un domingo feliz, un feliz domingo. La soledad es un estado interior, pocas veces perceptible para el entorno, que se entrega a las almas sensibles en tardes de domingo. Pero siempre existe un vándalo dispuesto a irrumpir en esa isla desierta, dejando en evidencia al adorable ser, exhibiendo la soledad al mundo en su acepción más ordinaria, más indigna. Y los vándalos son vándalos como sea, aun así se trate de un aparentemente inofensivo octogenario de blancas sienes, preguntándole a la bella señorita si va a precisar esa -la única- silla que tiene enfrente, bloqueando de ese modo todo posible giro copernicano de la trama en el cual un apuesto jóven que se encontrara paseando sin rumbos por esos vados decidiera espontáneamente hacerle compañía a la dama en su ritual. No. El maléfico señor de la camisa a cuadros y los cabellos blancos, no cree que eso esté dentro del reino de lo posible, y ante la aprobación de la señorita, toma la silla de un saque como para demostrarle que él y los suyos son tantos que ni las sillas les alcanzan. Inhumanos. Apenas retirado el señor, la camarera se acerca a la mesa y entrega a la dama su pedido. Un nesquick en vaso alto (!?). "Hay que tener ganas de tomarse el nesquick".
Hágame caso. Sólo por hoy. Quédese en casa. Buenas noches.