jueves, septiembre 27, 2007

A kind of pale jewel

Lo supe. Gimnasio, calor, sudores varios. Ambiente de sauna cuasi sacral, templo de los que no llegarán al olimpo, pero sí que se esfuerzan. En un mini recreo entre repeticiones, lo vi. La verdad revelada. No era el azul de la remera, ni el de los ojos. Eran las cejas, era su expresión "rara, como encendida", fatal y compungida. Entre la aflicción y el goce de saber que ese ceño fruncido hace de la pena una perversa sensualidad. Sé que él lo sabía. Sabía que yo lo sabía; que en ese mismo instante, lo supe. Mi talón de Aquiles. Las cejas con vida propia. Esas que anuncian el viaje hacia otros estados más allá de lo aprehensible, acompañando la mirada que se pierde en el horizonte. Basta ver el extremo exterior de una ceja levantándose, y los extremos interiores del par en su conjunto, contrayéndose en el ceño, para hacerme perder la razón. Es ahí no más, cuando muero por ese hombre. Porque le temo. Porque si me preguntan por un par de cejas, solamente puedo recordar aquellas que catapultaron definitivamente mi tempranísima atracción -alrededor de los cuatro años- hacia "los malos de la película": Jareth, the Goblin King.
Al chico del ceño lujurioso, a David Bowie, y a todo aquel que sepa hacer buen uso de sus cejas: os celebro. Buenas noches.

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