martes, junio 05, 2007

Los ritos

"Tres horas más tarde, los naranjales dorados y el peculiar olor a podrido de la refinería que han hecho a la entrada del pueblo me hicieron olvidar los muñequitos. Venía pensando en ellos, en tu costumbre de ordenarlos a tu modo: un caballo de mar junto a la geisha; la tortuga de caparazón de nuez fingiéndole -jurándole, decías vos- amor eterno al samurai de la enorme maza; una miniatura de Balí, tallada a mano, dejándose cortejar por cualquier kokeshi de cincuenta pesos, todos en el más heterodoxo desorden, sin el menor respeto por las leyes de la perspectiva, las jerarquías, la unidad de estilo o la Lógica, pero amándose." (Los ritos, Abelardo Castillo)

Anoche leí ese cuento, en el que Virginia acomoda a puro instinto los muñequitos de un intelectual de medio pelo, revolucionándole la vida en una repisa. Esta mañana, me desperté, me levanté, y cuando me dispuse a sacar las sábanas de mi cama para ponerlas a lavar, encontré una langosta muerta. ¡Una langosta! Nunca ví una viva, y aparece una completamente despojada de signos vitales en mis sábanas. De verdad, no sé cómo llegó ahí. Después de los malos chistes que hicieron en mi casa -léase, por dónde anduviste revolcándote, y demás-, me acordé de los hipocampos disecados de Virginia. Si hubiese guardado la langosta, si la hubiese disecado. Si hubiese podido venir Virginia, o quien sea, a ordenar mi repisa, a revolucionarme la vida. Buenas noches.

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