lunes, marzo 27, 2006

Fiesta Inolvidable (Completa)

Todo comenzó algún tiempo atrás... no, algún tiempo adelante. María "de-los" Milagros quería enchularse para la ceremonia nupcial. Habría de contraer enlace matrimonial con el colla fatigado que había osado pedir su mano en lo más alto de la quebrada humahuaquense. Los ritos tradicionales impedían la unión de dos almas de orígenes tan disímiles. Esto se veía agravado por el hecho de que el párroco se negaba a oficiar de garante de un matrimonio cuyo fundamento más sólido era echar por tierra una teoría popular. Pero el amor a la verdad era más fuerte, y María "de-los" daba los últimos retoques a su corona de hojas de coca. Las cavidades de su hipófisis, glándula fundamental si las hay, resonaban entre las campanadas de la capilla. Era el día, y ella era una reina...
Entre todo el tumulto de hermanos, primos, tíos, abuelos, brujos, burros, mulas, llamas, alpacas, y demás linaje incaico, María "de-los" Milagros no hacía más que intentar volver al momento en que sus vidas se cruzaron... Una fría tarde de diciembre, en el vagón de un desvencijado tren fantasma, las voces de su cabeza comenzaron a atormentarla. Las aflicciones más profundas brotaban de los rincones de su capacidad craneana. Oprimiendo sus anhelos de una vida en paz, de un mundo mejor, de un sol sin drogas, de programas sin cortes comerciales, de semanas sin lunes. Cabeza gacha, sólo restaba llegar a destino. Casi como por casualidad, en la estación siguiente la sorprendió una extraña figura que intentaba adueñarse del vagón y sus pasajeros al ritmo de "Hey Jude"... en versión libre con quena y charango. Aquel cover tan autóctono y cargado de una etnia misteriosa parecía exclusivamente dirigido a acallar esas penas que la acosaban. Prácticamente imperceptible, una tenue luz comenzaba a rozar los rostros de los allí presentes. Aunque no lo veamos, el sol siempre está. Y ahí estaba él. Con su 1, 60 m de altura, tez eternamente chocolatada, charango en mano, quena en boca. Ahí estaba él, ofreciéndole un mundo de sensaciones, los días más felices que pueda ella vivir, con luz de mil matices y todo lo que un Sandro en versión colla tenía para dar. Pero María "de-los" no era muy afecta a las manifestaciones de interés, y optó por silenciar sus emociones. Esa pasión telepática con fecha de vencimiento en la próxima estación, allí cuando los pasos del colla cruzaran el umbral, encontró su redentor en otro de los pasajeros. Su nombre era Ernesto, Ernesto Cherquis. Ernesto había reconocido entre los rostros de aquel vagón a dos de las personas más cercanas a su corazón. En una esquina, María "de-los" Milagros, antigua compañera de comisión de Introducción al Alimento I (en la carrera de ciencias biológicas, cuando ambos soñaban con ser los continuadores de las hazañas del gran Jacques Cousteau); del otro lado, Ramiro, mundialmente conocido como "el colla", primo hermano de Sabrina, su novia boliviana. Ernesto solía darse aires de celestino, y vio en aquella extraña coincidencia la ocasión perfecta para probar sus dotes. Los introdujo de la manera más sutil. Y todo fluyó. Era el comienzo de una gran historia. Una historia capaz de desafiar la ley de gravedad, las del mercado, las del tráfico de personas en fronteras limítrofes y, por sobretodo, capaz de echar por la borda toda convención social...
Y como bien decían Los Abuelos: " no te enamores nunca de aquel marinero bengalí ", María "de-los" eligió caer por un colla. Colla que de marinero tenía muy poco, ya que jamás había conocido el mar (Ernesto habría de culpar por ello a los hermanos chilenos y su afán de dejar a los pueblos sin costas... pero, en fin, Ernesto culparía siempre a los chilenos por cualquier cosa). Fue por ello que nuestra heroína (léase heroína como femenino de "héroe", la otra no es nuestra) movió cielo y tierra para mostrar por primera vez el agua salada a su media naranja. Caminaron junto a la orilla, le contó la verdad sobre los caracoles gigantes y eso de que podés escuchar el mar cuando los acercas a tus orejas, sobre un vidrio mojado escribió su nombre sin darse cuenta, las olas y el viento, sucundún, sucundún, etc... Post debut arenero y algún que otro hit playero más, sólo quedaba oficializar la unión en lo más alto del altiplano junto a los seres queridos. Sólo eso y comprobar, de una vez por todas, en un cierre triunfal y majestuoso, que la pelota no dobla en las alturas. Es así como volvemos al momento inaugural de nuestro relato, a la cabeza de María "de-los" Milagros y su vestido de gusano de seda salvaje. Camino al altar todo parecía fácil. Los ojos que la saludaban pronto se volverían efímeros, perdiéndose entre la decoración realizada por los orfebres locales. Atrás quedaban los obstáculos sorteados y los preconceptos sociales. Un paso más y ya. Un paso menos y podría salir corriendo. Podría volver a su chacra super chic y comprobar que en un partido de polo en la llanura pampeana las pelotas no sufren efectos adversos. Pero no. Pueden robarte el corazón, pero el amor es más fuerte. Y, entre tanto pariente político indocumentado, vio la razón por la cual cruzaría mil veces los andes en mula y sin montura. La razón por la que doblan las campanas. Allí, absorto, como ausente, Ramiro "el colla" la aguardaba. Allí, entregados, como embriagados, sus pies la arrastraban...
La tarde caía como por sorpresa y el sol, siempre el sol, alargaba tímidamente las sombras de los invitados al nupcial juego de pelota. Con el silbato inicial, las palmas comenzaban a agitarse. Era el comienzo de una historia de miles de años de preproducción, allá cuando los dioses precolombinos se conjugaron para cruzar sus destinos. Era el comienzo, sencillamente, de una fiesta inolvidable.
C'est fini
Diciembre 2005

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