miércoles, marzo 29, 2006

Café du matin

Esperando los pasajes, soñando Montevideo. Café de mañana por Riobamba y Juncal, estoy sentada revolviendo el contenido de mi taza -al mejor estilo Jacques Prévert- y reviso la agenda (cuando estoy sola en lugares públicos, repito ese pasar de hojas para que la gente note menos cuánto la observo). Pienso en el Buquebus y se me viene a la cabeza una imagen precisa. Una película bastante joven sobre la brevedad del amor. Ese amor de celuloide que nace en la cubierta de un ferry volviendo de Colonia. Sin pasaje en mano, tengo la certeza de que hacen falta mucho más que cubiertas y ríos anchos para sostener un encuentro más allá de lo fugaz. Un "no ser pasajeros". Coincidencia, no hay pasajes para el día que pienso viajar. Vuelvo caminando por mi coqueto barrio con el sol pegándome de frente. Mientras entreveo las escalinatas de Guido casi Pueyrredón, una señora me pide que la ayude a cruzar. Accedo y ella me toma del brazo. Me cuenta de sus "casi noventa" años haciendo un breve recorrido verbal por ese tan extenso trayecto que parece ser su vida. Al llegar a la otra esquina, mira la vereda con recelo. "Está un poco rota ahí, tengo miedo de tropezarme", me dice y entonces la acompaño media cuadra más. Le contesto "veinte" cuando pregunta sobre mi edad y así, casi de la nada, sin poder recordar bien qué es lo que murmura, escucho la última parte de su oración en un eco constante: "Hay que animarse, todo llega". Buenos días.

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