viernes, octubre 31, 2008

YO, OFELIA

Mi príncipe. Mi dulce, dulce príncipe. Has dado una espalda, yo te daré dos.
Las aguas, el manantial de un tiempo que nos desborda. Quiero bañarme en los despojos de tu reino. ¿Será posible ahogarme en la tierra de tus venganzas?
Me cubre el odio cristalino, en una odisea de espejos. Y, de repente, soy mil veces tu cólera, tu desprecio multiplicado. Aborrezco a tu madre, amo a tu padre. Muero, muero de sed.
Las manos hermanas hunden mi cabeza, dejo de ser hija por las tuyas.
Me rodea, tan azul, el veneno de la sangre. De esta agua no he de beber. No correrá por mí el sabor de tus recelos, el incesto de tu carne.
Desciendo a los infiernos de una locura condenable. El tesoro perdido ya no yace en el fondo. Allá no volveré a ser hija, allá jamás seré madre. Seré Ofelia. La que estalla entre la calma del duelo, irascible; la que te recuerda que existe un río de causas que no vuelven, un amor olvidable hasta la muerte.
Por fin, haré de nuestras almas esas almas que se acusan, se niegan, se despliegan para darse un nombre. Tendrás un rostro como el mío, ajado por la humedad del deseo. Perdida, me darás por eterna, irrenunciable.
Abriré las puertas de un paraíso insano, insoportable, donde pueda tocarme tu mano, que ahora es mía, que ahora es tuya, que ahora es aire. Donde pueda perder el velo de la cordura, desnudar la memoria.
Mientras, caigo por la herida que te dará la vida más allá de la vida. Hombre, hombre al fin, te alcanzaré en el sueño. Has visto un fantasma, ahora verás dos.
(Noviembre, 2006)

martes, octubre 28, 2008

Y a sus plantas rendido un león...

A M., mi mentor en el arte de urgar en las zonas oscuras.
Agazapada entre los pastizales, a la espera de la señal para atacar su cuello. "Porque sos un leoncito", me dice. Haciendo caso omiso a la señal, me río, esquivo la mirada. "Porque soy un leoncito...", repito, mirando a través de la ventanilla, mientras atravesamos el túnel de Cabildo. Bajo el suelo que nos vuelve urbanos y civilizados, se encuentra el terreno de ese origen animal que alimenta las pasiones, los instintos.
Me pregunto, entonces, qué clase de leoncito deja ir a su presa, cuando lo que está en juego es la provisión de alimento a su ego endeble y desnutrido.
Error, pequeña bestia ególatra. Dejar morir de hambre al animal es condenarlo a su extinción, bloquear las posibilidades de su reproducción. Error, leoncito. Dejar morir de hambre al animal es la pena eterna de anhelar, inútilmente, el sabor de la carne.

Buenas tardes.