jueves, julio 31, 2008

Veintitrés



Lo que entra, lo que sale. El stock. El stock que no se vende, las acciones que bajan. No gusto de los balances, no. Es que, a fin de cuentas, es un año más. Uno año más, que pesa por lo que no se hizo antes. Cuánto se tuvo que esperar para, cuánto se tuvo que dejar para, y cuanto quedará después de ese "para...", el año siguiente. De haber llevado la contabilidad con rigurosa precisión, hubiérame declarado en bancarrota hace tiempo. En el fondo, un cierto goce en ser la que pierde, mas no abandona la empresa ni aún vencida.
Y de repente, un día, divisamos la oportunidad. O ni siquiera. La inventamos. Revestida del eterno anhelo de tirar todo por la borda e irse muy lejos -a la mierda, en lo posible-. Escudados detrás de la idea de que aquello "nos va a salvar" de la mísera existencia que nos ha tocado en suerte. Como si pudiera uno empezar de nuevo. Borrón y cuenta nueva. Sabe Dios, que ni la AFIP lo permitiría.
Y de repente, un día, dejamos de creer en esas cosas. Imbuídos por una pulsión nihilista, están quienes eligen definitivamente hacerse mierda, volviéndose polvo. No conformes con ser un montón de partículas alguna vez orgánicas, estamos quienes preferimos aferrarnos a lo mínimo con la esperanza de que, cuando nos toque inexorablemente ser polvo, podamos jactarnos de habernos echado unos cuantos.
Vivir de las pequeñas cosas no es mediocridad, sino "talento para la vida", según mi padre. Y cuando verdaderamente se aprende a disfrutarlas, el liliputiense que llevamos dentro hace que todo aquello parezca magnánimo.
Así se siente, tener veintitrés. Buenas tardes.

lunes, julio 21, 2008

Mme B.

Abandonar los brazos del hombre aburrido, caer en los del tramposo. Víctima de los encantos de un ofidio ponzoñoso, Mme B. cae. Cae y cree librarse, en la caída, del yugo de los deberes sociales que la sujetan a la rutina pueblerina. Una rutina que le queda chica. Un final predeciblemente triste, obvio.

Siglo y medio después, seguir tropezando con la misma piedra con la que tropezó la trágica heroína decimonónica. Frágil, sedientas de amor y un lugar en el mundo, volver la lengua viperina del conquistador en un canto gregoriano. Comprar, comprar, comprar. Olvidando que será el propio cuerpo el que se resienta en cada traspié. Que la marca que se inscriba, dolerá cada vez que se la roce. Que el placer se pierde, en manos del goce. Buenas noches.