domingo, junio 29, 2008

El hambre

El hambre es más, siempre más. Nunca come uno hasta saciarse. Miedo a agotar el deseo. Miedo a que comer nos sepa ya a nada. No come uno cuando se divierte mucho, no come uno cuando recién se enamora. No come uno cuando la vida sabe a demasiado, porque uno sabe tan poco, que teme perder el sabor de las cosas.
Y es así que no como en las fiestas en las que me divierto mucho, y me levanto al día siguiente, arrepintiéndome de no haber comido. Y es así que como mucho en las fiestas en las que no me divierto tanto, y me levanto al día siguiente, arrepintiéndome de haber ido.
Y es así como, a veces, simplemente no como porque la comida sabe mal, y poco sé de su procedencia.

No saber cuál. Cuál primero. Porque nos gustan todas, y para todas hay paladar y tiempo. Con él primer bocado, saber que hubiéramos preferido la otra. Dejar las cosas por la mitad, abalanzarse sobre la siguiente. Sin poder decidirnos, sentenciar que la tercera será la definitiva. No probaremos más. El dilema: volver a saborear lo conocido, o darle espacio a lo nuevo. Tradición, conservadurismo, nostalgia. En el último bocado, siempre volveremos a lo viejo. Aunque más no sea por despertar el recuerdo de la primera vez que se deshizo en nuestra boca. Buenas noches.

martes, junio 24, 2008

Cola de amor II

Géstase el amor, en las paradas de colectivo. No sé bien cuántas fueron. Pero en todas -o, casi-, lo noté. Caí en la cuenta. Hombres y mujeres. Compañeros de trabajo, de facultad, forzados a pasar no menos de diez o quince minutos esperando. Juntos. Parejas gestadas al calor de una espera pasatista. Conversaciones alimentadas por los rumores del contexto que los reúne, día tras día. Coqueteos, sí. Los que se adivinan en el lenguaje de los cuerpos. Ella se inclina hacia delante, sonríe; él, con un pie sobre el asfalto y otro sobre el cordón, mira al horizonte, canchero. Histeria, pura histeria. Exacerbada por la espera.
Y, cómo no. Cómo no morir un poco por quien vuelve inútil aquella espera, despojándola de su sentido último, al encontrarse uno no esperando más que ese tiempo en el que espera.
Desde arriba del colectivo, rogar que se maten. Que se devoren, ahí mismo. El colectivo va a llegar, y nadie se besa, por primera vez, en los bondis. Es una mersada.
Desafortunadamente, el grueso de aquellas sintonías -una vez llegado el encuentro de los cuerpos-, suele acabar en meras historias clandestinas. Romances paralelos, de segunda mano, que se terminan ni bien uno de los involucrados cambia su domicilio, y se ve obligado a tomar otra línea.

Blue moon, you saw me standing alone, without a dream in my heart, without a love of my own. Buenas trasnoches.

domingo, junio 08, 2008

De aquí a la eternidad





Jueves. "Burt Lancaster,... ¿existió de verdad?", preguntó. Y en las tripas, algo se me revolvió. La orilla, la ola, los cuerpos al sol. Rodando. Besándose, groseramente excomulgables. Rodando. Deborah, Deborah, pensé. It never suited ya.

Viernes. En los sótanos, en esa puerta vaivén. Que se abría, mostrándolas, con sus gestos condenables. No volvía a ese sótano desde aquel jueves. Lejano ya, casi olvidado. Unas horas de esos juegos en los que caigo siempre, en un kiosquito de mala muerte, que atrás -si mal no recuerdo- oficiaba de parrilla para los taxistas de la zona. Unas horas de esos jueguitos, y al rato estábamos en el escenario. Y la puerta vaivén. Que se abría. Y el miedo. Miedo a que me tiren de los pelos, porque nunca me habían tirado de los pelos. Y, gracias a Dios, nunca lo hicieron. Porque estábamos arriba del escenario, inalcanzables. Inmunes a todo aquello que tuviera los pies sobre la tierra. Éramos tan perfectas.
Esta vez, espaldas anchas custodiaban las tablas. Nadie bailaba sobre el escenario y nadie había cuando la puerta se abría. Estaba bien, porque todo estaba bien. Porque todo dejó de estar mal hace mucho. Aunque nunca haya vuelto a estar como estaba. Que aburrido es dejar de ser pendejas, pensé. No tener miedo a que te tiren de los pelos. Que aburrido es no tener archienemigos, rivales, envenenados de ganas de hacernos morder el polvo. Que aburrido es haber dejado de parecer perfectas, y que ya nadie se preocupe por corrernos de escena. Así de aburrido como vivir en un mundo donde la gente ya no sabe quién es Burt, y Lancaster es para ellos sólo una marca de cosméticos.

Rodando. Besándose. Burt, luego Deborah, luego Burt. Deborah, arriba, se lo come vivo, inclinada sobre su torso desnudo. Él, debajo, tirado sobre la arena mojada, acerca la cabeza de la infiel mujer hacia la suya con uno de sus brazos. Besándose, mientras el océano rompe sobre sus cuerpos. Y alguien pregunta si Burt existió. Por suerte existe M. que, antes de que me diera un patatuz, recordó a A., cómo y cuando, Burt se hizo definitivamente inolvidable. Suntuoso, arenoso, envuelto en una ola, revolcándose en la orilla. Como si alguien pudiera olvidarse de una pasión que necesita ser acallada por las heladas aguas del Pacífico. Como si alguien pudiera olvidarse de semejante revolcón... De aquí a la eternidad. Buenas noches.