domingo, junio 08, 2008

De aquí a la eternidad





Jueves. "Burt Lancaster,... ¿existió de verdad?", preguntó. Y en las tripas, algo se me revolvió. La orilla, la ola, los cuerpos al sol. Rodando. Besándose, groseramente excomulgables. Rodando. Deborah, Deborah, pensé. It never suited ya.

Viernes. En los sótanos, en esa puerta vaivén. Que se abría, mostrándolas, con sus gestos condenables. No volvía a ese sótano desde aquel jueves. Lejano ya, casi olvidado. Unas horas de esos juegos en los que caigo siempre, en un kiosquito de mala muerte, que atrás -si mal no recuerdo- oficiaba de parrilla para los taxistas de la zona. Unas horas de esos jueguitos, y al rato estábamos en el escenario. Y la puerta vaivén. Que se abría. Y el miedo. Miedo a que me tiren de los pelos, porque nunca me habían tirado de los pelos. Y, gracias a Dios, nunca lo hicieron. Porque estábamos arriba del escenario, inalcanzables. Inmunes a todo aquello que tuviera los pies sobre la tierra. Éramos tan perfectas.
Esta vez, espaldas anchas custodiaban las tablas. Nadie bailaba sobre el escenario y nadie había cuando la puerta se abría. Estaba bien, porque todo estaba bien. Porque todo dejó de estar mal hace mucho. Aunque nunca haya vuelto a estar como estaba. Que aburrido es dejar de ser pendejas, pensé. No tener miedo a que te tiren de los pelos. Que aburrido es no tener archienemigos, rivales, envenenados de ganas de hacernos morder el polvo. Que aburrido es haber dejado de parecer perfectas, y que ya nadie se preocupe por corrernos de escena. Así de aburrido como vivir en un mundo donde la gente ya no sabe quién es Burt, y Lancaster es para ellos sólo una marca de cosméticos.

Rodando. Besándose. Burt, luego Deborah, luego Burt. Deborah, arriba, se lo come vivo, inclinada sobre su torso desnudo. Él, debajo, tirado sobre la arena mojada, acerca la cabeza de la infiel mujer hacia la suya con uno de sus brazos. Besándose, mientras el océano rompe sobre sus cuerpos. Y alguien pregunta si Burt existió. Por suerte existe M. que, antes de que me diera un patatuz, recordó a A., cómo y cuando, Burt se hizo definitivamente inolvidable. Suntuoso, arenoso, envuelto en una ola, revolcándose en la orilla. Como si alguien pudiera olvidarse de una pasión que necesita ser acallada por las heladas aguas del Pacífico. Como si alguien pudiera olvidarse de semejante revolcón... De aquí a la eternidad. Buenas noches.

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