sábado, diciembre 01, 2012
viernes, abril 08, 2011
Si me salvo
Carta de amor escrita desde el último piso de un edificio que se incendia producto de un ataque terrorista en la ciudad de Buenos Aires.
Yo quería hacerte el recuento de las cosas malas, porque en el fondo me iba con bronca. Quería que te remuerda la conciencia. Pero la bronca es conmigo, con las circunstancias. Cuáles son las chances…
No puedo dejar ir el hecho de que, probablemente, de acá a unos años, superado el dolor, te estés cogiendo a otras minas. No puedo dejar ir el hecho de que tal vez sean sólo meses y no años. Si llegan a ser días, te juro que me voy a aparecer en el juego de la copa para recagarte a trompadas. Porque seguro te las estabas cogiendo antes.
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Milita
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12:23 a.m.
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miércoles, diciembre 01, 2010
Splendor in the grass*
Of splendour in the grass,
of glory in the flower,
We will grieve not, rather find
Strength in what remains behind...".
William Wordsworth, Splendour in the grass.
Interesado en la noche de bodas por encima de cualquier proyecto familiar, Bud pretende hacerse cargo del rancho de su padre y esquivar los estudios universitarios para casarse con Deanie lo más pronto posible. Deanie, confundida por el profundo deseo que la liga a Bud, debe acallar su sed de consumación frente al aviso de la señora Loomis (madre de Deanie) acerca de cuan inapropiado es que una mujer decente disfrute de las noches de alcoba. Aterrado por la idea de que su hijo no asista a Harvard, el señor Stamper (padre de Bud) presenta a su hijo la opción de sacarse las ganas con la chica más fácil de la secundaria y dejar atrás a su casta -pero deseosa de ser corrompida- novia. En unos pocos minutos de película, Bud se convence de tomar la "vía" rápida -la chica fácil- y Deanie sufre un colapso nervioso que la obliga a ser encerrada en una institución mental por un puñado de años. Nunca entedí del todo la docilidad moral de Deanie -venga, era más fácil entregarse que terminar volviéndose loca- y Bud me pareció excesivamente influenciable y conservador -valía acostarse con la muchacha veloz, pero desvestir a Deanie era deshonrarla-.
Previsible o no, el final dista de ser feliz para la pareja: Bud vuelto al rancho con una nueva mujer e hijos, Deanie pronta a casarse con un ex compañero del internado. Sin embargo, gozarán del privilegio de permanecer, uno en el recuerdo del otro y viceversa, con la frescura de un amor inconcluso, añorado, perdido. Aquello que no pudo ser tendrá, necesariamente, esa fuerza. Aunque nada pueda devolvernos la hora de esplendor en la hierba. Buenas noches.
*Splendor in the grass, Elia Kazan, 1961.
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Milita
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martes, septiembre 21, 2010
Me extraña araña
El relato que uno hace de sí mismo frente a terceros es lo más parecido a aquello que se entiende por Historia Oficial. Todos somos historiadores oficiales de la propia existencia en algún momento de nuestras vidas. A la hora de conocer a alguien, de presentarnos, de explicar el porqué de una situación recurrente.
Usualmente, el método de construcción de dicho relato ficcional consiste en la concatenación de anécdotas milimétricamente seleccionadas, omitidas y/o distorsionadas con el objeto de proveer una determinada imagen de sí que contemple el contexto y, por sobre todas las cosas, al interlocutor participante de dicho contexto. El registro en el cual se ubiquen las anécdotas autorreferenciales dependerá, en mayor medida, de los efectos que el locutor se proponga obtener sobre los destinatarios del relato, efectos que siempre se verán asediados por los matices de una comunicación imperfecta o por el buen juicio de un interlocutor astuto a la hora de reconocer la artimaña.
Otras veces, seremos nous-mêmes los autores y receptores de dicho relato, tratando arduamente de deglutir la e-true-hollywood-story que supimos construir sobre nuestro pasado reciente. Ahí, señores, ahí nos enfrentaremos a la difícil tarea de juzgar la propia experiencia, viéndonos siempre tentados a desmentir aquello que se nos presenta, simplemente porque la lente revisionista habilita nuevas perspectivas o, más bien, las demanda. "Eso no fue tan así", "en realidad no estaba tan... si pienso en esa vez que...". Y nos contaremos un cuento en el que la secuencia anecdótica A, B, C será reemplazada por i, ii, iii, y así sucesivamente, según la visión sobre el hecho que mejor nos siente. El caso es que, ya se trate de un interlocutor externo, de nosotros mismos o de la almohada, contar una historia es, concretamente, lo más parecido a vender un producto. El packaging y la etiqueta enseñan parte de los ingredientes que lo componen y apelan a la seducción del consumidor mientras que, una vez consumido, el aftertaste se revela algo amargo, metálico y los restos de almendra parecen más bien ser de maní.
Omitimos imágenes que, a la larga, saltan cual diapositiva mal encajada, revelándonos la futilidad del relato. Creemos que algunos episodios de la primera infancia o de la adolescencia tienen un destino irreversible y, sin embargo, tratamos de ocultarlos con esmero. Nada grave, sólo pequeñas cosas que necesitamos dejar de lado para avanzar en la trama. Borrarlas con la sutileza de un orfebre, para encontrarnos, de repente, haciendo cosas que nos remiten a ese pasado borrascoso. La gestualidad del cuerpo nos delata cada vez que perdemos la calma.
Otrora grandes arquitectos de producto, bien sabemos que somos ahí donde no construímos.
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Milita
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12:30 a.m.
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