lunes, noviembre 03, 2008

Adorable viejo post

Día de té con Lau. No pude evitar recordar una de esas historias que nos rodean cada vez que estamos juntas. He aquí un viejo post de septiembre de 2007, sobre aquella anécdota.


Profundidad de pelopincho

Calor. Calor y humedad. Tropicalísima. Parrot jungle, rainforest. El domingo a la tarde invita a reclusión a todos aquellos que alguna vez fueron heridos de muerte al corazón. De no ser así, si resultara que por uno de esos locos atropellos del destino, el/la valiente en cuestión, osase atravesar el umbral del tibio (caldeado) refugio hogareño, el magnetismo de lo que -de aquí en adelante- denominaré "fuerzas del plan contranatura" malversaría aquel poquitísimo de fe que depositó en el intento de diversificar la recreación dominical. Fines pedagógicos ameritan el aporte enriquecedor de un ejemplo. Con el propósito de colorear con una cuota de actualidad el planteo, procederé a exponer una escena de la que fui testigo, involuntaria, pero atenta al fin. Veamos.
Café sito en Agüero y Las Heras. Mesas al exterior. El sol está rosado, por qué no sentarse al sol. Ella -bien parecida, largos cabellos de oscuro ébano, piel entre Blancanieves y Lindsay Lohann- después de observar el panorama, opta por una mesa para cuatro en la que sólo hay dos sillas. Toma asiento y saca un libro de su bolso de mano. Está contenta, deja traslucir esa placidez de la lectura al aire libre, al rayo de un suave sol de septiembre. No hay viento que despeine esas hojas, ni zumbidos molestos que hagan de la concentración una utopía. Lisa y llanamente, un domingo feliz, un feliz domingo. La soledad es un estado interior, pocas veces perceptible para el entorno, que se entrega a las almas sensibles en tardes de domingo. Pero siempre existe un vándalo dispuesto a irrumpir en esa isla desierta, dejando en evidencia al adorable ser, exhibiendo la soledad al mundo en su acepción más ordinaria, más indigna. Y los vándalos son vándalos como sea, aun así se trate de un aparentemente inofensivo octogenario de blancas sienes, preguntándole a la bella señorita si va a precisar esa -la única- silla que tiene enfrente, bloqueando de ese modo todo posible giro copernicano de la trama en el cual un apuesto jóven que se encontrara paseando sin rumbos por esos vados decidiera espontáneamente hacerle compañía a la dama en su ritual. No. El maléfico señor de la camisa a cuadros y los cabellos blancos, no cree que eso esté dentro del reino de lo posible, y ante la aprobación de la señorita, toma la silla de un saque como para demostrarle que él y los suyos son tantos que ni las sillas les alcanzan. Inhumanos. Apenas retirado el señor, la camarera se acerca a la mesa y entrega a la dama su pedido. Un nesquick en vaso alto (!?). "Hay que tener ganas de tomarse el nesquick".Hágame caso. Sólo por hoy. Quédese en casa. Buenas noches.