martes, julio 17, 2007

Casa Ñanta

Cuando estoy aburriéndome hasta los cordones, imagino que vuelvo a Casa Ñanta. Sin cerrar los ojos, mirando sin ver, viajo hasta aquel rincón que en su aparente familiaridad no deja de parecer fantasmal e impenetrable. Como esas cosas que, en sueños, tuvimos en las manos con la certeza de que eran nuestras, y cuando las vemos alejarse pareciera ser que jamás nos pertenecieron estando despiertos. Recordar Casa Ñanta es caer en la incertidumbre de si se estuvo o no, en una suerte de cueva milagrosa, como aquellas donde los pastorcitos tenían revelaciones divinas al aparecérseles una etérea señora, envuelta en mantos virginales. Una experiencia religiosa, diría Enrique Iglesias. Una experiencia irreproducible, innarrable, imposible de ser compartida sin el riesgo de ser catalogada como mera alucinación, pero que devolvía al fín el sentido a ese montoncito de vidas pobres y sumisas, entregadas hasta el momento al inevitable destino del desamparo rural y atrasado. Saben los que me conocen que de rural tengo poco, a no ser las quince o dieciséis cuadras que me separan geográficamente de la Sociedad Rural, sita en el barrio de Palermo. El desamparo del que me rescata Casa Ñanta es aquel propio de una adolescencia tardía, de planteos típicos de tiras juveniles a lo Cris-Morena-Group, de preguntas del rango del Quién soy, Adónde voy, De dónde vengo, el desamparo que va de la mano de la afirmación de la existencia. Es que aquella noche, mientras escuchaba a un hombre-orquesta colombiano interpretar desgarradoramente las notas de Silvio Rodríguez, estando rodeada por personas que se combinaron como eslabones únicos e insustituibles, haciéndome creer que nadie podía haber encajado mejor que ellos en ese instante de comunión horizontal, yo la vi. Envuelta en mantos virginales y etéreos, la vi. Vi la vida que quería vivir; vi el amor que quería desesperademente tener, y, por qué no, dejar de tener, si es que eso me auguraba algo de paz. Entonces gritaba, desenfrenada, "Ojalá pase algo que te borre de pronto...", al borde de las lágrimas, pero en el fondo no hacía más que nadar en júbilo (es menester mantener un vocabulario propio de las experiencias sacras). El júbilo de saberme de carne y hueso, deseando tanto algo como para cantarlo a los gritos, con esa entonación diafragmática que sale desde lo más profundo de nuestras humildes existencias, porque la vida me parecía un mundo perfecto y realizable, plagado de sentido, aunque todavía estuviese flotando en la nube sagrada y efímera de Casa Ñanta.

Debo reconocer que nunca me gustó mucho Silvio Rodríguez, que nunca más volví a ver a varios de los allí presentes y que, probablemente, aquella noche haya consumido más de una sustancia que podría haber alterado significativamente mi percepción de lo real, acentuando el estado de ensueño propio de las primeras experiencias mochileras; pero, aún así, Casa Ñanta es y será siempre, mi refugio más efectivo contra el contagio de los días.

A tu salud, donde quiera que estés, sueño mío. Buenas noches.

martes, julio 10, 2007

P.D.: Cosas que me exasperan

Olvidé mencionar algo más que me rompe soberanamente las pelotas:

Que me pregunten si estuve de novia alguna vez.
Que me pregunten por qué NUNCA estuve de novia.

Buenas y nevadísimas noches.

domingo, julio 08, 2007

Cosas que me exasperan

La polenta.
Que pidan helados de gustos al agua.
Que mi papá no cierre los cajones.
Que me pidan que baje a abrir la puerta.
Que mi papá no cierre las canillas.
Que no se acuerden mi nombre.
Que me pregunten qué es la sociología.
Que se equivoquen jugando al Trivial.
Que tomen del pico de la botella de la que después me sirvo yo.
Que mi mamá quiera ordenar por todos cuando comemos afuera.
Que la gente que no usa desodorante se suba al subte.
Que me insten a pedir un plato "para compartir".
Que me pregunten a qué se dedica un sociólogo.
Que los hombres elijan mal la ropa.
Que no me den bola.
Que me pregunten qué musica escucho.
Que me pregunten cuál es mi película preferida.
Que mi papá no tire los papeles al tacho.
Que no repongan el papel higiénico.
Que la gente no se de cuenta que la estoy evitando.
Que la gente no se de cuenta que de verdad la estoy evitando.
Que mi mamá quiera saber todo de mí.
Que me quieran impresionar.

Que me avisen cuando me van a dar un beso.
Que mojen la tabla.
Que mi mamá quiera hacerme quedar como una boluda delante de terceros.
Que mi mamá consiga hacerme quedar como una boluda delante de terceros.
Que el ascensor esté en el octavo piso, mal cerrado.

Que me pidan que me apure.
Que me hablen a la mañana cuando me despierto, sin haber desayunado todavía.
Que me hablen a la mañana cuando me despierto, bajo cualquier circunstancia.

Que me pidan que termine una frase.
Que me saquen la ficha.

Continuará... Buenas noches.